Capítulo 5
1. La amenaza de invasión y el plan de Gulliver
El imperio de Blefuscu es una isla que se encuentra al nordeste de Liliput, de donde lo separa un estrecho de ochocientas yardas⁵. Yo no había llegado a conocerlo todavía y, luego de saber que se preparaban para una invasión, evité acercarme a las costas para no ser descubierto por algún barco enemigo. Ellos no sabían de mi existencia, ya que las relaciones o intercambios de información entre ambos imperios estaban terminantemente prohibidas bajo pena de muerte.
⁵ (Cada yarda equivale a unos 90 centímetros.)
2. La captura de la flota enemiga
Le comuniqué al emperador un proyecto para apresar a toda la flota de enemigos que, según nuestros espías, estaba anclada en su puerto lista para partir con el primer viento favorable. Consulté a los marinos sobre la profundidad del estrecho y me dijeron que cuando había marea alta, en la zona del medio alcanzaba los setenta glumgluffs, que son unos dos metros de nuestras medidas, y el resto cincuenta glumgluffs como máximo. Caminé hacia la costa, teniendo cuidado de no ser visto y allí saqué mi catalejo del bolsillo y observé la flota enemiga. Vi unos cincuenta buques de guerra y un número de otros transportes.
3. Gulliver enfrenta los ataques y se apodera de los barcos
Me fui luego a casa y ordené una cantidad grande del cable más fuerte y las barras de hierro que tenía disponible y para lo cual, además, tenía autorización. El cable era del grosor de un cordel y las barras largas y anchas como una aguja de coser. Para hacerlos más resistentes, doblé el cable tres veces y trencé las barras también de a tres y las doblé en la punta como si fuera un gancho. Aseguré cincuenta ganchos a otros tantos cables y con el material listo me acerqué a la costa, me quité la ropa de la parte arriba y me eché a andar mar adentro cuando faltaba media hora para que subiera la marea. Llegué a la flota en menos de media hora. El enemigo se asustó tanto al verme que los que estaban en los barcos se tiraron por la borda, intentando salvarse, nadando hacia la costa.
4. El regreso triunfal y el desencuentro con el emperador
El emperador y toda la corte estaban en la orilla, a la espera del resultado de esta gran aventura. Veían cómo la flota avanzaba como una media Luna, pero no llegaban a verme a mí porque el agua me llegaba al cuello. Con angustia, el emperador supuso que había muerto y que la flota enemiga se estaba acercando, pero pronto se disiparon los temores porque pude levantar el cable con el que tenía sujeto a la flota y gritar: “¡Viva el muy poderoso emperador de Liliput!”. Cuando llegué a tierra firme, el emperador me elogió de todos los modos posibles y me nombró nardac, que es el título honorífico más alto entre ellos.
5. La oferta de paz y la desconfianza en la corte
Unas tres semanas después de esta hazaña, llegó de Blefuscu una impresionante embajada con ofrecimientos de paz y con condiciones muy ventajosas para nuestro emperador. No molestaré al lector con detalles, pero alcanza con decir que se firmó enseguida. La embajada se componía de seis embajadores con una comitiva de unas quinientas personas e hicieron una entrada majestuosa. Cuando terminamos de cerrar el acuerdo, luego de que yo hiciera algunas observaciones pertinentes a mi nuevo título dentro de la corte. Sus Excelencias me hicieron una visita.
6. El incendio en el palacio y su controvertida solución
A medianoche me sobresaltaron unos gritos que provocaron que me aterrorizara. Escuchaba la voz burgulum, que se repetía una y otra vez. Miembros de la corte se hicieron paso en medio de la multitud y, con desesperación, me rogaron que acudiese al palacio. Había ocurrido un accidente por un descuido de una doncella que se había quedado dormida mientras escribía y el aposento de la emperatriz estaba en llamas. Inmediatamente se le solicitó a la gente que me dieran paso y, gracias a la Luna clara de aquella noche, conseguí llegar al palacio sin atropellar a nadie. Vi que se habían apoyado escaleras a las paredes del aposento y que tenían muchos baldes para ser llenados de agua, pero eran del tamaño de dedales. Aunque aquella pobre gente me los daba tan deprisa como podía, el fuego era tan violento que servían poco.
7. La reacción del emperador y la enemistad con la emperatriz
La noche anterior había bebido un exquisito vino llamado glimigrim. El calor del fuego y mi iluminado pensamiento hicieron que la solución viniera en forma de orina, vertí toda sobre aquel incendio y al cabo de tres minutos logré apagarlo por completo, salvando así el palacio de su completa destrucción. Al amanecer volví para celebrar aquella hazaña con el emperador, no podía imaginar cómo Su Majestad tomaría mi intervención, pues las leyes del reino condenaban a muerte a todo aquel, sea cual sea su condición, que orinara sobre el recinto. Me alentó que el emperador diera órdenes a la Justicia Mayor para que se me perdonara aunque su pedido no resultó en el acta de perdón que yo esperaba. Alguien me confió en privado que la emperatriz aborreció lo que había hecho y solicitó que clausuraran aquellas partes del edificio. Ella se mudó a la parte más retirada del patio y juró venganza.